"He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en compensación es ultrajado y ofendido. ¿Estás dispuesto a ser reparador de este Corazón? El Señor llama a tu puerta cada día, ábrele, y entrará para cenar contigo"
Hacia la Cuaresma
Mirar a la cruz
de tu divina presencia. Te ruego y suplico con gran fervor de mi alma, te
dignes grabar en mi corazón sentimientos vivísimos de fe, esperanza y
caridad, arrepentimiento sincero de mis pecados y propósito firme de
nunca más ofenderte. Mientras yo, con todo el amor y dolor de que soy
capaz, considero y medito tus cinco llagas, teniendo en cuenta aquello que
dijo de ti, oh mi Dios, el santo profeta David: "Han taladrado mis
manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos".
Bueno es confiar en Dios
De la mano de María
Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María,
que eres virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo,
a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo
y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está
toda la plenitud de la gracia y todo bien.
Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo;
salve, casa suya.
Salve, vestidura suya; salve, esclava suya;
salve, Madre suya y todas vosotras, santas virtudes,
que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo
en los corazones de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios.
La cátedra de San Pedro
¿Cuál fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro? Él, escogido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia, comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto a los discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro. Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en Siria, hoy en Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del imperio romano después de Roma y de Alejandría de Egipto. De aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y Pablo, en la que «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de "cristianos"», Pedro fue el primer obispo. Después, Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, donde concluyó con el martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este motivo, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recibió también la tarea confiada por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el Pueblo de Dios.
La sede de Roma, después de estas migraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su obispo representó la del apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. La cátedra del obispo de Roma representa, por tanto, no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el Pueblo de Dios.
Celebrar la «cátedra» de Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto, atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación. Entre los numerosos testimonios de los Padres, quisiera ofrecer el de san Jerónimo, tomado de una carta suya escrita al obispo de Roma, particularmente interesante porque menciona explícitamente la «cátedra» de Pedro, presentándola como puerto seguro de verdad y de paz. Así escribe Jerónimo: «He decidido consultar a la cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe que la boca de un apóstol ha ensalzado; vengo ahora a pedir alimento para mi alma allí, donde recibí el vestido de Cristo. No sigo otro primado sino el de Cristo; por esto me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» .
Entender la Palabra de Dios
“…Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos". (Mt 8, 21-22)
Cuando comencé a estudiar la Biblia este fue uno de esos pasajes que me costaba “digerir”. ¿Cómo era posible que el Jesús de los Evangelios se mostrara tan insensible ante al muerte del padre de un discípulo suyo? El mismo Jesús que lloró ante la tumba de Lázaro. No es posible.
Al parecer, el texto da a entender que los muertos espirituales (es decir, los que no creen) entierren a los muertos físicamente. Pero tampoco me vale. Y no me vale porque la muerte de un familiar directo siempre produce dolor. Tanto si es creyente como si no lo es. Y además ¿No dice la Escritura que hemos de honrar a nuestros padres?
Y a mí me surgía otra pregunta: ¿Tanta prisa tenía Jesús que no podía esperar al entierro?
No. Me estaba equivocando. No es así.
Con el tiempo y leyendo algún comentario que otro, llegué a entender que en el contexto judío cuando se habla de “enterrar a un padre” es como decir: “Déjame que viva con él hasta que muera”.
¡Esto si que me vale! Ahora puedo entenderlo. Y es así porque no solo me satisface el análisis textual sino el contexto cultural en el que se produce este hecho.
Para los que hemos nacido en el sur, nos es muy familiar la expresión:
“Éste nos va a enterrar a todos”. Queriendo decir que vivirá más que nosotros.
Con los años, doy gracias a Dios porque textos como éste, al contrario de provocar dudas en cuanto su veracidad, son muestras de fidelidad de cómo los evangelistas recogieron los dichos de nuestro Maestro y los primeros cristianos los guardaron “como oro en paño”.
Domingo, día del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— «Habeis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagais frente al que osagravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habeis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos del Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amais a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludais sólo a vuestros hermanos, ¿qué haceis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».