Celebramos hoy la conversión del Apóstol San Pablo, aquel que pasó de ser un perseguidor de Jesucristo y los suyos, a ser el apóstol de los gentiles, acérrimo defensor del cristianismo. La lectura de la liturgia de hoy puede ayudarnos en nuestra oración. Ojalá que, como Pablo, dejemos que el Señor se haga el encontradizo con nosotros y nos llene de su amor, para ser fieles defensores de su palabra y su amor en medio del mundo.
En aquellos días, dijo Pablo al pueblo:
-«Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran.
Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía:
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
Yo pregunté:
“¿Quién eres, Señor?”
Me respondió:
“Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.”
Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz.
Yo pregunté:
“¿Qué debo hacer, Señor?”
El Señor me respondió:
‘Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer. “
Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco.
Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo:
“Saulo, hermano, recobra la vista.”
Inmediatamente recobré la vista y lo vi.
Él me dijo:
“El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados.”»
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