María de Magdala: de pecadora a testigo del resucitado


Celebramos en este día, 22 de julio, la memoria de Santa María Magdalena, o si queréis, también conocida como María de Magdala. Ella fue de quien Jesús expulsó 7 demonios, ella fue también quien enjugó los pies de Jesús en Betania, y quien recibió una aparición del resucitado. Así nos lo cuentan los diversos evangelistas:

"Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" Iban con los perfumes para embalsamarlo... Descubrieron así que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor. "Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios".

María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado.

Jesús la llamó: "¡María!" Y ella, al volverse, exclamó: "¡Maestro!" Y Jesús añadió: "No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" .

El hijo de Dios quiso enseñarnos el alcance de su amor y de su poder redentor santificando a una pecadora, adentrándola en su infinita misericordia y enviándola a anunciar la resurrección a los Apóstoles.

María Magdalena es gran ejemplo para todos. No se dejó paralizar ni por sus pecados del pasado ni por las opiniones humanas. Creyó de todo corazón en las promesas del Señor y alcanzó la meta. Aquella de quién Jesús dijo que se adelantó para "ungir su cuerpo para la sepultura", no puede ahora ungir su cadáver porque ha Resucitado. Aquella de quien dijo que "dondequiera que se predique el evangelio se dirá lo que ha hecho por mi" no podía ahora ser excluida del Evangelio porque es la primera persona testigo de su principal evento: La Resurrección del Señor. A la que mucho amó mucho se le perdonó y mucho continuó amando hasta llegar a participar en la gloria del Señor. Tomemos ejemplo de María de Magdala. Dejemos que el Señor entre en nosotros y nos transforme y cada día nos haga más suyos, de manera que podamos gritar a cada instante: "Heme aquí, aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

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