De la mano de María


En este sábado, vivamos acompañados de la Virgen María, quien en todo momento permaneció al pie de la cruz.


Felicitamos hoy a todos los diocesanos de Ciudad Rodrigo, por la toma de posesión de su nuevo obispo, Don Raúl Berzosa.


Pidamos a María, ya cercano el quinto domingo de Cuaresma, que nos lleve de su mano hasta su Hijo Jesús, y nos permita amarle cada día más, de la mejor manera.


El Señor se presentará el domingo como la resurrección y la vida, y nosotros hemos de ser testigos de su presencia en medio del mundo. Que su fuerza sea la nuestra.


¿Qué puedo darte yo, Señor?


Hoy es viernes, el último viernes de Cuaresma antes del siguiente, que se suele llamar "viernes de dolores". La Semana Santa se acerca, y con ella, la celebración de los misterios centrales de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor.


Todo ello por amor a nosotros, a ti,a mí, a cada persona. ¡Qué grandeza la de Dios!, ¿verdad? Él lo entregó todo por amor, no se dejó nada.

Ante tanta grandeza y tanta generosidad... ¿qué estoy dispuesto a dar yo?


Miremos la cruz en este día, hagamos pequeños sacrificios, oremos por los que sufren, abstengámonos de los manjares del cuerpo, y regalemos al Señor lo mejor de nosotros. Sin duda, que esto nos permitirá prepararnos bien para vivir la Semana Santa.

El Sacerdote, un regalo

¿Qué es el sacerdote para ti? Hace pocos días celebramos el dia del seminario, con un lema: "El Sacerdote, don de Dios para el mundo". Este video nos lo recuerda, y nos anima a valorar el sacerdocio como un verdadero regalo para la iglesia, para el mundo y para cada cristiano.


Buenos cocineros

Ayer compartía con vosotros un rico "menú de Cuaresma". La verdad es que los ingredientes daban para mucho, y seguro que cada uno, cogiendo aquello que más le ayuda, le gusta o lo que le puede ayudar para vivir la Cuaresma, hizo un rico menú, para preparar el corazón a las fiestas pascuales.


Ojalá nunca se nos olvide que el mejor menú es el que condimenta el Señor. Él es luz del mundo, sal de la tierra, camino, verdad y vida, y por eso mismo nosotros estamos llamados a ser lo mismo que Él. Testigos de su presencia en medio de nuestros ambientes y compañías.
Dejemos que sea Él quien condimente nuestra vida, quien le ponga esa pizca de sal que falta, el perejil y la pimienta que hacen de nuestra existencia algo más "gustoso y agradable" para los otros. Y por supuesto, ayudados de una buena cocinera: la Virgen María.

Con cocineros así... ¿qué temer?. Lo difícil es creérselo, es dejarse modelar, es abandonarse. Pero de pequeños actos se va logrando. Sirvámonos de la oración, la limosna, el ayuno, los pequeños sacrificios.... y la conversión vendrá "como caída del cielo", y nunca mejor dicho.

Menú para Cuaresma

Un buen amigo me ha pasado este precioso texto que puede ayudarnos en el tiempo de Cuaresma. Podemos elegir un buen menú, hagámoslo, he aquí algunas pistas.


1. TENER A LA MANO: Abrelatas, para abrir el corazón endurecido. Cuchillo bien afilado, para cortar vicios y malas costumbres. Destapador, para destapar lo atorado en las relaciones familiares. Colador, para pasar por alto las ofensas y purificar intenciones. 2. ABSTENERSE: De comer prójimo (chismes, murmuraciones y calumnias). Evitar condimentar el día con venganzas. Evitar consumir altas dosis de egoísmo. No tomar rencor, que pone de mal genio. Evitar el consumo excesivo de picantes, para no decir malas palabras. No tomar postres helados, que congelen el afecto. Lavar bien el corazón, para que no se infecte de la cólera. 3. MENÚ RECOMENDADO: Exquisita caridad para con el prójimo. Caldo de atención a los desamparados y enfermos. Ensalada de detalles de afecto para los tuyos. Refresco de alegría para convidar a los tristes y desanimados. Sopa de letras para escribir más seguido a familiares y amigos. Puré de zanahoria para ver con buenos ojos a los demás. Pan bendito para los afligidos, ya que "las penas con pan son menos”. De postre se recomienda: Perita dulce, para ser buena persona y caerle bien a todos. Torrijas con miel para endulzar los defectos de los otros. Naranja dulce y limón partido "dame un abrazo que yo te pido". Y no olvides: "Donde come uno, comen dos" O sea: Comparte tu vida con los otros. Finalmente, el Chef Celestial recomienda sobre todo el alimento espiritual: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, Tiene Vida Eterna" Muy bueno para ponerlo en practica no sólo en este tiempo sino cada día.

Cristo, luz del mundo


Ayer veíamos en el Evangelio a Jesús como luz del mundo, luz para nuestra ceguera particular, y luz para la ceguera general de nuestro mundo.


Desde esta luz, caminemos en esta semana, la cuarta del tiempo de Cuaresma. El próximo domingo Jesús se nos presentará como la vida, aquel que resucita a Lázaro y que más tarde, será Él mismo el resucitado.


Digamos al Señor con fe que cure nuestra ceguera, y nos ayude a mirar las cosas y a los demás, con sus ojos, limpios, misericordiosos, compasivos.

Que María, la llena de gracia, nos ayude.

Gracias, Juan Pablo II

En este domingo, cuando ayer mismo recordábamos que hace ya 6 años nuestro querido Papa Juan Pablo II marchó al cielo, comparto con vosotros un testimonio de un joven sacerdote, Álvaro Tajadura, (en la foto), de la diócesis de Burgos, actualmente estudiando en Roma. Es un testimonio precioso, que puede ayudar a muchos que están indecisos o no se atreven a entregar su vida al Señor. Feliz domingo, y demos gracias por Juan Pablo II, que tanto ayudó a los que de alguna manera, vivimos junto a él.

«Mamá, papá, tengo que contaros algo. He tomado la decisión de ir al Seminario. Quiero ser cura». Creo que fue algo así como comuniqué a mis padres que quería ser sacerdote. Lo que no me había imaginado nunca es la respuesta que me iban a dar. «Ya nos lo imaginábamos. Después de ese encuentro con el Papa en Madrid no eras el mismo…».


Es verdad. Aquella tarde del 3 de mayo de 2003 cambió mi vida. Yo era un adolescente con 17 años, apenas cumplidos cuatro días atrás. Después de la confirmación, poco a poco fui entrando cada vez más en la vida de la parroquia: director del coro, colaborador con un grupo de niños de catequesis, iniciación a la Acción Católica… Ciertamente, mi vida era demasiado distinta a la de mis amigos y compañeros del colegio, quienes muchas veces no comprendían que fuera católico, porque eso ya “no estaba de moda”. A pesar de todo, yo seguía en lo que me gustaba: estar con el Señor. Un día, el vicario de mi parroquia nos propuso a un grupo de jóvenes ir a Madrid, a una vigilia que el Papa iba a tener con los jóvenes. Y allí que nos fuimos, sin saber bien qué nos íbamos a encontrar.


Sin embargo, aquel encuentro cambió mi vida. No sólo porque esa percepción de que los jóvenes católicos éramos unos “bichos raros” que andábamos a contracorriente de la moda del momento se vio rota (¡el Papa nos había reunido a más de setecientos mil jóvenes! ¡y no estábamos todos! ¿Éramos verdaderamente pocos?), sino porque en aquel encuentro con Juan Pablo II sentí que el Señor me estaba pidiendo entregarle completamente mi vida en el sacerdocio. Allí, el enfermo Papa que ya no pronunciaba bien y a quien le temblaban las manos, llegó a darnos ánimo a los jóvenes españoles, a “abrazarnos a cada uno”, a decirnos que contaba con nosotros para construir un mundo mejor. Y su discurso a los muchachos españoles tocó mi corazón: “querido joven, si sientes la llamada de Dios que te dice sígueme, no la acalles”, porque os puedo asegurar que “vale la pena dedicar la vida por Cristo y por el Evangelio”. Y ciertamente, nos animó mucho su testimonio. Tanto que todos nos pusimos en pie y comenzamos a gritar como locos: “¡vale la pena, vale la pena!”.


Quizás fue la emoción del momento. Yo también me puse a vociferar que valía la pena. Pero después de abandonar aquel aeródromo de Cuatro Vientos y volver a casa, me di cuenta de que era verdad. De que realmente sería estupendo poder dedicar la vida por el Evangelio. De que verdaderamente “valía la pena” ser sacerdote. Y es así como decidí entrar en el Seminario, convencido de que el Señor me había llamado a través de las palabras del Santo Padre. Ahora, ya como sacerdote, me lleno de alegría al ver que va a ser beatificado. Desde que entré en el Seminario sé que él me ha ayudado. Y sé que todavía hoy, ya como sacerdote, continúa intercediendo por mí.