Ojalá nunca se nos olvide que el mejor menú es el que condimenta el Señor. Él es luz del mundo, sal de la tierra, camino, verdad y vida, y por eso mismo nosotros estamos llamados a ser lo mismo que Él. Testigos de su presencia en medio de nuestros ambientes y compañías.
Dejemos que sea Él quien condimente nuestra vida, quien le ponga esa pizca de sal que falta, el perejil y la pimienta que hacen de nuestra existencia algo más "gustoso y agradable" para los otros. Y por supuesto, ayudados de una buena cocinera: la Virgen María. Con cocineros así... ¿qué temer?. Lo difícil es creérselo, es dejarse modelar, es abandonarse. Pero de pequeños actos se va logrando. Sirvámonos de la oración, la limosna, el ayuno, los pequeños sacrificios.... y la conversión vendrá "como caída del cielo", y nunca mejor dicho.
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