Gracias, Juan Pablo II

En este domingo, cuando ayer mismo recordábamos que hace ya 6 años nuestro querido Papa Juan Pablo II marchó al cielo, comparto con vosotros un testimonio de un joven sacerdote, Álvaro Tajadura, (en la foto), de la diócesis de Burgos, actualmente estudiando en Roma. Es un testimonio precioso, que puede ayudar a muchos que están indecisos o no se atreven a entregar su vida al Señor. Feliz domingo, y demos gracias por Juan Pablo II, que tanto ayudó a los que de alguna manera, vivimos junto a él.

«Mamá, papá, tengo que contaros algo. He tomado la decisión de ir al Seminario. Quiero ser cura». Creo que fue algo así como comuniqué a mis padres que quería ser sacerdote. Lo que no me había imaginado nunca es la respuesta que me iban a dar. «Ya nos lo imaginábamos. Después de ese encuentro con el Papa en Madrid no eras el mismo…».


Es verdad. Aquella tarde del 3 de mayo de 2003 cambió mi vida. Yo era un adolescente con 17 años, apenas cumplidos cuatro días atrás. Después de la confirmación, poco a poco fui entrando cada vez más en la vida de la parroquia: director del coro, colaborador con un grupo de niños de catequesis, iniciación a la Acción Católica… Ciertamente, mi vida era demasiado distinta a la de mis amigos y compañeros del colegio, quienes muchas veces no comprendían que fuera católico, porque eso ya “no estaba de moda”. A pesar de todo, yo seguía en lo que me gustaba: estar con el Señor. Un día, el vicario de mi parroquia nos propuso a un grupo de jóvenes ir a Madrid, a una vigilia que el Papa iba a tener con los jóvenes. Y allí que nos fuimos, sin saber bien qué nos íbamos a encontrar.


Sin embargo, aquel encuentro cambió mi vida. No sólo porque esa percepción de que los jóvenes católicos éramos unos “bichos raros” que andábamos a contracorriente de la moda del momento se vio rota (¡el Papa nos había reunido a más de setecientos mil jóvenes! ¡y no estábamos todos! ¿Éramos verdaderamente pocos?), sino porque en aquel encuentro con Juan Pablo II sentí que el Señor me estaba pidiendo entregarle completamente mi vida en el sacerdocio. Allí, el enfermo Papa que ya no pronunciaba bien y a quien le temblaban las manos, llegó a darnos ánimo a los jóvenes españoles, a “abrazarnos a cada uno”, a decirnos que contaba con nosotros para construir un mundo mejor. Y su discurso a los muchachos españoles tocó mi corazón: “querido joven, si sientes la llamada de Dios que te dice sígueme, no la acalles”, porque os puedo asegurar que “vale la pena dedicar la vida por Cristo y por el Evangelio”. Y ciertamente, nos animó mucho su testimonio. Tanto que todos nos pusimos en pie y comenzamos a gritar como locos: “¡vale la pena, vale la pena!”.


Quizás fue la emoción del momento. Yo también me puse a vociferar que valía la pena. Pero después de abandonar aquel aeródromo de Cuatro Vientos y volver a casa, me di cuenta de que era verdad. De que realmente sería estupendo poder dedicar la vida por el Evangelio. De que verdaderamente “valía la pena” ser sacerdote. Y es así como decidí entrar en el Seminario, convencido de que el Señor me había llamado a través de las palabras del Santo Padre. Ahora, ya como sacerdote, me lleno de alegría al ver que va a ser beatificado. Desde que entré en el Seminario sé que él me ha ayudado. Y sé que todavía hoy, ya como sacerdote, continúa intercediendo por mí.

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