Descansar en el Señor

Hace pocos días un amigo me regaló este precioso texto de Edith Stein, una judía conversa que murió en el campo de concentración de Auschwitz. Estas líneas pertenecen a la época en la que estuvo dando clase en un colegio. Nos aporta mucha luz respecto a cómo tiene que ser nuestra vivencia de las cosas, depositando toda nuestra confianza en el Señor, y abándonándonos cada día más en Él. Espero que sea de ayuda para todos nosotros.

“Cada día al levantarme, una losa pesada cae sobre mí. Tengo que hacer miles de cosas y sólo dispongo de un día para llevarlo a cabo. El agobio me come por dentro. Entonces siento como un impulso interior a lanzarme sobre las cosas, pero no debe ser así.
Debo coger por las riendas el caballo desbocado de mi vida. La primera hora del día es para Jesús. Ese rato me configura para todo el día, es algo maravilloso el unirme en cuerpo y espíritu a mi Dios. En el momento de la renovación del sacrificio de la Cruz, todas mis preocupaciones dejan de tener importancia, sólo Cristo tiene relevancia en mi vida en ese momento. Intentaré tenerlo presente el resto del día de la misma forma, aunque posiblemente no lo consiga.
Cuando termina este rato de intimidad, le pregunto qué debo hacer entonces, y una vez ya he cogido calma y paz para toda la mañana: empiezo mis clases, 4 ó 5 horas seguidas, con alumnos maleducados, con reuniones desagradables, con gente que me hace daño con sus comentarios, con fallos propios… y a mediodía, llego a casa destrozada. La mañana me ha desgastado. Entonces me vuelve a envolver el agobio de hacer cosas. Entonces, ¿qué hacer? ¿Lanzarme sobre ellas? No. Necesito un momento de unión con el Señor. Ese silencio que aunque no sea exterior, me renueva por dentro, porque no necesita más que un momento para irradiarme con su Gracia. Así paso toda la tarde de igual modo. Llega la noche, y veo el montón de cosas que no he hecho, las limitaciones que he descubierto en mí, la poca piedad con la que he tratado al resto, y esto me duele mucho. Pero no importa. Entonces me abandono al Señor, y se lo presento todo a Él. Se lo ofrezco todo, para que Él lo transforme, y me ame más por mi pobreza. Así, y sólo de esta manera puedo descansar en paz, descansar realmente, y así, al levantarme al día siguiente, puedo comenzar la jornada como un día nuevo, como una vida nueva.” Edith Stein.