Consagración a María


¡Madre del alma, celestial María! Con toda la ternura, el amor y el deseo de mi corazón te elijo desde hoy como Reina, Señora y Madre de mi corazón. Toma las llaves que te entrego como a la ama y Señora, y concédeme la dicha de ser tu esclavo y tu hijo muy amante, que sólo quiere ser tuyo y obedecerte con todo el corazón y el alma.

Concédeme, que nada haga sin consultártelo, que obre en todas las ocasiones como tu obrarías, con esa perfección de miras e intenciones sobrenaturalizándolo todo, y con una vida de amor más del cielo que de la tierra. Así quiero santificar mis actos.
Tú, desde hoy, serás para siempre la Señora, la dueña y la Madre de mi vida.
Quiero estar siempre en segundo término, Madre mía, porque tu eres la primera en mí y en cuanto me rodee.
Desde ahora hasta mi muerte, quiero vivir bajo el manto de mi dulce Madre, y ya no estaré solo ni huérfano, sino bajo tu dirección y tus miradas, María, inmolándome en tu honor.
Te amo, y te haré amar con todas mis fuerzas, y mi vida. Acepta por adelantado las penas y alegrías que pueda darte. ¡Oh mi bendita y amada Madre! Que desaparezca yo con todos mis defectos, y que parezcas tú en mí, con tu dulzura, tu caridad, abnegación, paciencia, humildad, y con todas tus demás virtudes.


¡Oh mi Reina, somos tus vasallos!! Oh mi Madre, mi amada Madre, somos tus hijos! Amén.

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