Si ayer mirábamos al Corazón de Cristo, y celebrábamos con gozo su fiesta, hoy miramos a la Madre y a su Corazón Inmaculado. Madre e Hijo, Hijo y Madre. A Ella solo se va por Él, y sin Él, no es posible recurrir a Ella.
Los dos corazones están rodeados de espinas, traspasados por el dolor, pero los dos corazones se fían, confían, y salen adelante en todas las pruebas. María y Jesús son para nosotros motivo de esperanza, aliciente y estímulo en las contrariedades y problemas de la vida.
Vivamos sabiéndonos cobijados en sus corazones, protegidos por ellos, y sobre todo, alentados por tan buena Madre y tan buen Hijo.
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