"El cielo en la tierra"

Dios es luz. Todas las criaturas o se limitan a reflejar esa luz divina o participan de ella de diversos modos. Las estrellas tienen luz propia. Los planetas reflejan una luz ajena. La del sol alrededor del cual orbitan. Por mucha luz que tengan, todas las estrellas son criaturas de Dios. Es Dios quien las ha puesto allí y las ha nombrado. Es más, al nombrarlas les ha dado la existencia, porque así es la palabra de Dios, eficaz y creadora. Los antiguos andaban un tanto descaminados cuando concedían a las estrellas propiedades y atributos divinos. Es lógico que divinizaran esas criaturas celestes. 

Cuando vemos la luz de los astros, comenzando por el más cercano al que llamamos sol, nos llenamos de contento. La luz es símbolo de alegría y de felicidad. El cielo se refleja en las aguas y parece que lo tocamos con la mano. El cielo en la tierra. Esos reflejos nos hablan del cielo y nos dicen que es nuestro, que nos pertenece; se nos ofrece en la belleza y el anhelo nace y crece en nuestro corazón. Esta mañana se me ha ocurrido pensar que realmente es así. Desde que Jesucristo instituyó la Eucaristía y quiso quedarse en los sagrarios del mundo, el cielo está en la tierra. Sería maravilloso poder contemplar desde las alturas el mapa que dibujan el manto de nuestro planeta los centenares de millares de sagrarios que contienen a nuestro señor sacramentado, las especies eucarísticas en las que él está realmente presente, con su cuerpo, con su sangre, con su humanidad. Él que es el Sol de soles, reproduce con su presencia misteriosa el firmamento en nuestra tierra. 

 Esa presencia es la que nos da a nosotros la vida. El cielo está en la tierra y sólo mediante la fe podemos intuir cómo será la maravilla de esta tierra nuestra contemplada desde el cielo.

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