Llamaradas de fuego, que se repartían sobre sus cabezas...



Ojalá que este domingo próximo, fiesta de Pentecostés, podamos también, como los discípulos y María, gozar de la presencia del Espíritu en nosotros, para que sea él quien poco a poco nos vaya modelando según la voluntad de Dios. Que el Santo Espíritu sea verdaderamente nuestro consolador, nuestro defensor, el paráclito, el que nos lo enseñe todo y el que nos ayude a ser cada día mejores, hasta llegar a la santidad.

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