Muchas veces pensamos que Dios es un ser lejano, todopoderoso, que se encuentra allí, en el cielo, y al que nos es muy dificil llegar. Sin embargo, Jesucristo, nos acercó a este Dios lejano. Fue el Señor con su Encarnación, su vida pública y su muerte en la cruz, quien nos acercó a Dios, se hizo uno como nosotros y nos facilitó el acceso hasta Dios.
Pensemos en el anonadamiento de Jesús, en su humildad y sencillez, en el valor redentor de su muerte. Gracias a Jesús, se cumple en nosotros lo que por medio de los profetas ya se señáló en el Antiguo Testamento: "Te amo con amor eterno, me desposaré contigo en fidelidad, amor y compasión. Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada, te prefiero a ti, y tu tierra tendrá marido".
¡Qué bonito y esperanzador que Dios nos ame infinitamente y confie en nosotros hasta el punto de desposarnos con nosotros!. Tratemos de corresponder a tan grande amor, con la ayuda de María, que nunca nos deja.
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