He aquí las palabras que pronunció Sor Verónica Berzosa, la fundadora del nuevo instituto religioso "Iesu Comunnio" en la tarde del sábado 12 de febrero, tras la misa de acción de gracias y de constitución del nuevo instituto consagrado Iesu Communio, celebrada en la catedral de Burgos, con la presencia del arzobispo local, el nuncio Fratini, el cardenal Rouco y otros dos obispos. Recemos por ellas, para que esta nueva andadura que han comenzado, dé sus frutos en la Iglesia.
Quizá no sería yo quien hoy tuviera que subir aquí, sino la Madre Blanca, mi madre y la madre de todas, porque ella es la que nos ha sostenido y nos sostiene. Estoy tan alegre como sobrecogida por todo. En especial, por el don incomparable de ser cristiana, de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo, donde cada día me apasiona más el don de la llamada al seguimiento.
Qué verdad es esta experiencia de nuestro querido Papa Benedicto XVI: “Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande”.
Mis hermanas y yo solo tenemos un profundo e indecible agradecimiento a Dios y a la Madre Iglesia.
Queremos expresar nuestra gratitud a nuestro Santo Padre, ¡qué don tan precioso los dos Papas más cercanos: Juan Pablo II y Benedicto XVI, que tanto han influido en nuestra vocación!
Gracias especialísimas a nuestro Sr. Arzobispo, pastor que, con exquisito respeto y con paternal e incansable aliento, nos ha guiado secundando el querer de Dios.
Al Nuncio de Su Santidad, un inmenso gracias. Gracias al Cardenal D. Antonio Mª Rouco por su cercano cuidado a lo largo de nuestro peregrinar. Gracias Raúl, en verdad, mi hermano.
A D. Ramón Herrando y a quienes nos hace presentes, gracias, gracias.
Gracias a los pastores de la Iglesia que os dejáis formar según el corazón de Cristo y os entregáis cotidianamente a favor nuestro y de toda la Iglesia.
En nuestro corazón está cada día más presente también nuestro querido Pablo Domínguez, que desde la casa del Padre nos sigue velando.
Hoy no podemos dejar de agradecer todo lo que hemos recibido a través de nuestros maestros: D. Eugenio Romero Pose, que sigue tan vivo entre nosotras, y a Juan José Ayán, que, con fidelidad y entrega constante, nos enseñan a amar cada día más a Jesucristo a través de los Padres de la Iglesia y a vibrar con la permanente novedad de la gran Tradición.
Gracias a quienes han colaborado con tanta seriedad y dedicación en el discernimiento de este nuevo camino; en particular, inmenso gracias a D. Jorge Miras, que, con una generosidad encomiable, nos está ayudando en la tarea de expresar canónicamente con fidelidad nuestra forma de vida.
Gracias a Santa Clara, a quien debo mi perseverancia, gracias a nuestros hermanos y hermanas de la Orden franciscana.
Gracias a nuestros padres, que nos habéis dado la vida para poder entregarla.
Gracias a los familiares de cada hermana.
Gracias a todos nuestros bienhechores, que tan generosamente habéis respondido a la llamada de Dios a ser colaboradores de su Providencia para con nosotras.
Gracias a esta Diócesis de Burgos tan amada, al Cabildo, que se ha desvivido en la preparación de esta Celebración.
Gracias de corazón a las Autoridades civiles que nos estáis apoyando en este camino.
Agradecimiento también a los medios de comunicación que han sido respetuosos con nosotras, y sobre todo con la Iglesia en los acontecimientos que estamos viviendo.
Y a todos vosotros, cristianos, hermanos nuestros, gracias. Que ninguno de vosotros se vaya sin haber oído: gracias; os debemos lo que somos y tenemos.
Hoy resuenan especialmente en nosotras estas palabras de Henri de Lubac: “La Iglesia es mi Madre, porque me ha dado la Vida, porque hoy mismo me está dando a Cristo y, a poco que yo me deje hacer, en el Espíritu de Jesús me hace revivir. Lo que yo le doy no es más que una ínfima restitución sacada por entero del tesoro que ella me ha entregado. Y, si todavía en mí la vida es frágil y temblorosa, en los creyentes la puedo contemplar con toda la fuerza y la pureza de su pujanza”.
Nos hemos postrado, porque somos conscientes de la gran responsabilidad que conlleva este momento, pero también vivimos con la plena confianza de que el que inició esta obra la llevará a feliz término.
Queremos permanecer fieles al carisma recibido en la Iglesia y confirmado por ella.
Por favor, rezad por nosotras, necesitamos más que nunca vuestra oración.
Os pedimos encarecidamente que llaméis al Instituto con el nombre con que ha sido bautizado: Iesu communio (Comunión de Jesús). Nos encanta este nombre tan orado por todas, que recoge la sed de Cristo: “Que todos sean uno en nosotros para que el mundo crea”.
Gracias, Jesucristo, gracias, Madre Iglesia.
Os queremos y os rezamos.
Quizá no sería yo quien hoy tuviera que subir aquí, sino la Madre Blanca, mi madre y la madre de todas, porque ella es la que nos ha sostenido y nos sostiene. Estoy tan alegre como sobrecogida por todo. En especial, por el don incomparable de ser cristiana, de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo, donde cada día me apasiona más el don de la llamada al seguimiento.
Qué verdad es esta experiencia de nuestro querido Papa Benedicto XVI: “Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande”.
Mis hermanas y yo solo tenemos un profundo e indecible agradecimiento a Dios y a la Madre Iglesia.
Queremos expresar nuestra gratitud a nuestro Santo Padre, ¡qué don tan precioso los dos Papas más cercanos: Juan Pablo II y Benedicto XVI, que tanto han influido en nuestra vocación!
Gracias especialísimas a nuestro Sr. Arzobispo, pastor que, con exquisito respeto y con paternal e incansable aliento, nos ha guiado secundando el querer de Dios.
Al Nuncio de Su Santidad, un inmenso gracias. Gracias al Cardenal D. Antonio Mª Rouco por su cercano cuidado a lo largo de nuestro peregrinar. Gracias Raúl, en verdad, mi hermano.
A D. Ramón Herrando y a quienes nos hace presentes, gracias, gracias.
Gracias a los pastores de la Iglesia que os dejáis formar según el corazón de Cristo y os entregáis cotidianamente a favor nuestro y de toda la Iglesia.
En nuestro corazón está cada día más presente también nuestro querido Pablo Domínguez, que desde la casa del Padre nos sigue velando.
Hoy no podemos dejar de agradecer todo lo que hemos recibido a través de nuestros maestros: D. Eugenio Romero Pose, que sigue tan vivo entre nosotras, y a Juan José Ayán, que, con fidelidad y entrega constante, nos enseñan a amar cada día más a Jesucristo a través de los Padres de la Iglesia y a vibrar con la permanente novedad de la gran Tradición.
Gracias a quienes han colaborado con tanta seriedad y dedicación en el discernimiento de este nuevo camino; en particular, inmenso gracias a D. Jorge Miras, que, con una generosidad encomiable, nos está ayudando en la tarea de expresar canónicamente con fidelidad nuestra forma de vida.
Gracias a Santa Clara, a quien debo mi perseverancia, gracias a nuestros hermanos y hermanas de la Orden franciscana.
Gracias a nuestros padres, que nos habéis dado la vida para poder entregarla.
Gracias a los familiares de cada hermana.
Gracias a todos nuestros bienhechores, que tan generosamente habéis respondido a la llamada de Dios a ser colaboradores de su Providencia para con nosotras.
Gracias a esta Diócesis de Burgos tan amada, al Cabildo, que se ha desvivido en la preparación de esta Celebración.
Gracias de corazón a las Autoridades civiles que nos estáis apoyando en este camino.
Agradecimiento también a los medios de comunicación que han sido respetuosos con nosotras, y sobre todo con la Iglesia en los acontecimientos que estamos viviendo.
Y a todos vosotros, cristianos, hermanos nuestros, gracias. Que ninguno de vosotros se vaya sin haber oído: gracias; os debemos lo que somos y tenemos.
Hoy resuenan especialmente en nosotras estas palabras de Henri de Lubac: “La Iglesia es mi Madre, porque me ha dado la Vida, porque hoy mismo me está dando a Cristo y, a poco que yo me deje hacer, en el Espíritu de Jesús me hace revivir. Lo que yo le doy no es más que una ínfima restitución sacada por entero del tesoro que ella me ha entregado. Y, si todavía en mí la vida es frágil y temblorosa, en los creyentes la puedo contemplar con toda la fuerza y la pureza de su pujanza”.
Nos hemos postrado, porque somos conscientes de la gran responsabilidad que conlleva este momento, pero también vivimos con la plena confianza de que el que inició esta obra la llevará a feliz término.
Queremos permanecer fieles al carisma recibido en la Iglesia y confirmado por ella.
Por favor, rezad por nosotras, necesitamos más que nunca vuestra oración.
Os pedimos encarecidamente que llaméis al Instituto con el nombre con que ha sido bautizado: Iesu communio (Comunión de Jesús). Nos encanta este nombre tan orado por todas, que recoge la sed de Cristo: “Que todos sean uno en nosotros para que el mundo crea”.
Gracias, Jesucristo, gracias, Madre Iglesia.
Os queremos y os rezamos.
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